domingo, 1 de marzo de 2009

ARTICLE DE CÉSAR VIDAL: EL MESÍAS DE iSRAEL


EL CONTXTO RELIGIOSO DE LOS EVAGELIOS


Acostumbrado a las definiciones dogmáticas que caracterizan a las religiones que conoce, más o menos superficialmente, el hombre de nuestro tiempo difícilmente puede hacerse una idea de la enorme flexibilidad doctrinal que caracterizaba al judaísmo que antecedió la época de Jesús y que existió, al menos, hasta la destrucción del Templo en el año 70 d. de C.

Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.

Hemos tratado ya las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías de tiempos de Jesús (escribas, fariseos y saduceos -que aparecen en el Nuevo Testamento-, los esenios, la secta de Qumrán, y los zelotes). Estas no representaban a la mayoría de la población. De hecho sus miembros rara vez superaban algunos millares, por lo que la inmensa mayoría de los judíos de la época de Jesús quedaba fuera. De mayor importancia incluso que las diferentes sectas que encontraban cabida en el seno del judaísmo del Segundo Templo fueron, sin duda, las instituciones religiosas.


LAS GRANDES INSTITUCIONES JUDÍAS


Sin duda las principales fueron el Templo de Jerusalén, el Sanhedrín y la sinagoga. Y (aunque no sea en sí una institución) trataremos por su valor e influencia en el pueblo judío el concepto de esperanza mesiánica. Estas instituciones sí afectaban la vida de, prácticamente, todo Israel entendiendo como tal no sólo el que vivía en tierra palestina sino los más de dos tercios de sus hijos cuyo hogar material se encontraba fuera de la misma, en lo que, convencionalmente, recibía el nombre griego de "Diáspora" y los hebreos de "gola" y "galut".


EL MESÍAS DE ISRAEL


Junto con las mencionadas instituciones, representaba un papel esencial en las vivencias del pueblo judío de la época de Jesús la esperanza mesiánica. La palabra "mesías" deriva de "masiaj" que significa únicamente "ungido" en hebreo. Lo mismo puede decirse de su equivalente griego "jristós", de donde deriva nuestro "Cristo".

El judaísmo del segundo templo carecía de un concepto uniforme del mesías. Ciertamente, este mesías podía ser equiparado en algunos casos al "siervo de Yahveh" o al "Hijo del hombre", como veremos en la última parte de esta serie, pero esa postura no era generalizada. En ocasiones, el mesías era contemplado más bien como un dirigente dotado de características que hoy consideraríamos políticas. Eran asimismo muy diversas las tesis acerca del comportamiento que el mesías mostraría hacia los gentiles e incluso podemos aceptar, según se desprende de los escritos de Qumran y quizá de la pregunta del Bautista registrada en Mateo 11, 3, que la creencia en dos mesías gozaba de un cierto predicamento en algunos ámbitos.

Como ya hemos indicado, la palabra hebrea "masiaj" significa "ungido". En ese sentido, sirvió para designar al rey de Israel (I Samuel 9, 16; 24, 6) y, en general, a cualquiera que recibía una misión específica de Dios, fuera sacerdote (Exodo 28, 41), profeta (I Reyes 19, 16) o simple instrumento - incluso pagano - de los designios divinos (Isaías 45, 1). Según 2 Samuel 7, 12 ss y el Salmo 89, 3 ss, David había recibido la promesa divina de que su reino quedaría establecido para siempre. La decepción causada por los acontecimientos históricos en relación con esta esperanza fue articulándose paulatinamente en torno a la figura del mesías como personaje futuro y escatológico (aunque es poco frecuente que el término "masiaj" aparezca en el Antiguo Testamento con ese contenido vg: Salmos 2 y 72).

La literatura extrabíblica coincide con el Antiguo Testamento en la adscripción davídica al linaje del mesías. La idea, con todo, no era unánime. En algunos casos también se hace referencia a un mesías de linaje sacerdotal en fuentes judías del Segundo Templo (Miqueas 5, 2, etc) pero, mientras pasajes del Antiguo Testamento, como los de Jeremías 30, 8 ss o Ezequiel 37, 21 ss, consideran que la aparición de este rey nombrado por Dios implicará una salvación terrenal, final y eterna, podemos contemplar en 4 Esdras 7, 26ss; 11-14; Baruc 29, 30, 40 o Sanhedrín 96b ss, la idea de que el reinado del mesías sólo será provisional, precediendo a otro definitivo implantado por Dios.

También resulta obvio que las características de este monarca aparecen de manera diversa en las distintas fuentes. En el libro bíblico de Zacarías (9, 9) nos encontramos frente al retrato de un mesías manso y pacífico. Sobre el tema del mesías pacífico en el targum palestinense como consecuencia del rechazo de la acción violenta contra Roma, ver: G. Pérez Fernández, ”Tradiciones mesiánicas en el Targum palestinense•, Valencia-Jerusalén, 1981, pgs. 141 ss.

Sin embargo, en los extrabíblicos Salmos de Salomón (17 y 18), por el contrario, aparece la imagen de un monarca guerrero que destruiría a los enemigos de Israel. Que esta idea estaba muy arraigada en la época de Jesús es cierto pero, como veremos más adelante al analizar otros títulos de connotación mesiánica, ni era exclusiva ni era la única.

Tampoco era uniforme la visión acerca de cómo se comportaría el mesías con los no-judíos. En algunos casos, se aceptaba la idea de que sería "luz para las naciones" y que los no-judíos disfrutarían de las bendiciones del tiempo mesiánico, pero, en otros, se pensaba que los no-judíos no podían esperar nada bueno del reino mesiánico.

Finalmente, en algunas fuentes nos encontramos con la idea - que, como veremos, tuvo eco en Jesús - de un mesías que vendría, para desaparecer después y, finalmente, regresar.

En relación con el linaje davídico de Jesús que le atribuyen los Evangelios (especialmente las genealogías de Mateo 1 y Lucas 3) cabe decir que lo más seguro es que sea históricamente cierto. Resulta indiscutible que los primeros cristianos lo daban por supuesto en fecha muy temprana tanto en ambientes judeo-cristianos palestinos (Hechos 2, 25-31; Apocalipsis 5, 5; 22, 16) como judeo-cristianos extrapalestinos (Hebreos 7, 14; Mateo 1, 1-17 y 20), paulinos (Romanos 1, 3; II Timoteo 2, 8) o lucanos (Lucas 1, 27 y 32; 2, 4; 3, 23-8).

Eusebio (Historia ecclesiastica III, 19 ss) recoge el relato de Hegesipo acerca de cómo los nietos de Judas, el hermano de Jesús, fueron detenidos (y posteriormente puestos en libertad) por Domiciano que buscaba eliminar a todos los judíos de linaje davídico. A través de este autor nos ha llegado asimismo la noticia de la muerte de Simeón, primo de Jesús, ejecutado por ser descendiente de David (Historia ecclesiastica III, 32, 3-6).

De la misma manera, Julio el Africano señala que los familiares de Jesús se jactaban de su linaje davídico (Carta a Aristeas, LXI). Desde luego, no hay en la literatura judía ninguna negación de este punto, algo difícilmente creíble si, en realidad, Jesús no hubiera sido de ascendencia davídica. Incluso algunos autores han interpretado Sanh 43a - donde se describe a Jesús como "qarob lemalkut" (cercano al reino) - como un reconocimiento de esta circustancia.

Tendremos ocasión de ver en la última parte de esta serie cómo Jesús se consideró a si mismo como "mesías" si bien un mesías de corte especial aunque no novedoso en el ambiente del judaísmo del Segundo Templo. Como ha señalado muy acertadamente el estudioso judío David Flusser: "la concepción cristiana de Cristo no se originó en el paganismo, si bien el mundo pagano no tuvo grandes dificultades en aceptarlo por existir en su seno algunas ideas paralelas. Personalmente considero que este concepto tuvo su origen en el sector judío predispuesto a los mitos, que se expresa en los textos apocalípticos, en otras obras apócrifas judías y, hasta cierto punto, en la literatura rabínica y el misticismo judío".

César Vidal es escritor, historiador y teólogo© C. Vidal, España, Protestante Digital.com.

No hay comentarios: